Durante años Internet nos proyectó la ilusión de que un
mundo sin intermediarios era posible. Las cosas podrían venderse directamente
desde el productor al consumidor final y podrían eliminarse todos aquellos
puntos intermedios que no aportasen valor.
Así, nos parecía que asistíamos al comienzo del fin para el
negocio de las agencias de viajes, de las inmobiliarias, de las tiendas de
libros… Incluso había quien apostaba por el final de la banca de inversión en
favor del crowdfunding.
Pero la realidad es casi siempre tozuda y las promesas
basadas en tecnología que afectan a los hábitos sociales suelen transitar casi
siempre por derroteros poco previstos. La idea
de la desintermediación es cada vez más idílica porque, según parece, lo que único que está
ocurriendo es que los intermediarios están cambiando.
Es verdad que el negocio de las agencias de viaje (físicas)
no es lo que era pero tampoco es cierto que los clientes compren directamente en
la web de los hoteles, o no al menos de forma masiva. En su defecto, tenemos
servicios en la web que nos hacen todo el trabajo de mediación, léase TripAdvisor, Atrápalo,
Lastminute, Kayak,… Incluso ahí está airbnb que permite mediar
entre los viajeros y los propietarios particulares de apartamentos, en todos los casos a cambio de una
jugosa comisión.
Algo similar ocurre con Uber que ha sabido llenar el enorme
hueco que le han dejado las asociaciones de taxistas que, inocentemente, creían
que seguir con un modelo bajo demanda basado en llamadas telefónicas -Radio Taxi- era
suficiente.
Podemos pensar que estamos ante una enorme revolución basada en tecnología y que
es la primera vez que el modelo económico y social se enfrenta a algo así, pero
no es cierto. Por ejemplo, lo mismo que les ocurre a los taxistas con Uber, les sucedió a
los productores de hielo con los fabricantes de frigoríficos en la primera mitad del
siglo XX. Se agarraban al negocio de fabricación de hielo sin darse cuenta de
que la realidad estaba cambiando bajos sus pies y que las nuevas tecnologías (los
frigoríficos) permitían la auto-provisión de hielo en los hogares.
Y de la mano de estos nuevos intermediarios tecnológicos llega también la deslocalización de los servicios de proximidad, algo de lo que las grandes consultoras nos alertan desde hace tiempo.
Nos dicen que las mayores
empresas de distribución de bienes de consumo son Alibaba (China) y Amazon
(USA) que no tienen ni un solo producto en su stock, la mayor compañía de
transportes es Uber (USA) que no tiene ni un solo vehículo, la mayor compañía
de comida a domicilio es Just Eat (Dinamarca) que no tiene ni un solo fogón y
la mayor compañía hotelera es airbnb (USA) que no tiene ni una sola habitación.
Es importante saber leer que las regiones y países donde se
desarrollen las nuevas empresas fuertemente tecnológicas que están llamadas a intermediar –y dominar- en
los mercados -los Uber, airbnb, TripAdvisor, etc- serán aquellos que podrán
ofrecer trabajo de calidad. Tal vez cueste verlo en el caso del sector servicios
por su condición mucho más etérea que los sectores primario y secundario, pero
quien no se suba de alguna forma al tren de las plataformas tecnológicas puede
terminar siendo la mano de obra barata que durante décadas supusieron los países
asiáticos para Occidente.
En este contexto asusta ver que las facultades y escuelas no son capaces de llenar las aulas en las ingenierías. Algo no debemos estar haciendo bien porque la inversión en formación, tecnología e i+d
nunca fue tan importante como ahora.
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