Buscando el límite ético del big data



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Anda la Comisión Europea a vueltas para impedir que Facebook acceda a los datos de los usuarios de WhatsApp, una empresa ésta que, no olvidemos, compró por 19.000 millones de dólares pese a que tiene en nómina a poco más de 50 empleados y que todavía no ha dado con la fórmula para poner ingresos en su balance más allá de las aportaciones de su propietario para compensar los gastos.

A veces estas cifras tan abultadas no nos permiten ver realmente la dimensión de las cosas. Por ponerlas en contexto, 19.000 millones de dólares es una cifra similar al PIB de Chipre, Honduras o Bosnia y es similar también al valor bursátil de empresas como Caixabank, Repsol o Endesa y casi el doble que IAG (Iberia + British Airways).

Entonces, ¿qué pensábamos que estaba comprando Facebook cuando decidió pagar 19.000 millones de dólares por Whatsapp? Evidentemente, sus/nuestros datos. Ese ese el valor que Facebook da a la información que puede obtener de nosotros a través de WhatsApp para posteriormente cruzarla con la que ya dispone para poder segmentarnos y categorizarnos mejor.

Este cruce es lo que está pretendiendo impedir la Comisión, al menos en el caso de los ciudadanos europeos, pero no está claro hasta qué punto esto pueda ser lo mismo que ponerle puertas al campo. Para ilustrarlo, veamos un ejemplo de cruce masivo de información en la Administración Pública ya que al quitar la dimensión del lucro las cosas se entienden mejor.


Un ejemplo sencillo: Los bomberos acudiendo a un incendio

Imaginemos un incendio en un edificio. En condiciones normales, los bomberos acudirían al recibir la señal de alarma y durante el camino, el centro de mando intentaría facilitarles la máxima información posible sobre cuál es la ruta más rápida, posibles incidencias en el camino, donde están los hidrantes más cercanos, la estructura del edificio, si hay hospitales o guarderías cerca, fábricas o almacenes de elementos inflamables, … Hasta aquí lo normal.

Toda esa información está muy bien y es necesaria. Pero también podrían acceder en tiempo real a la base de datos del Padrón de habitantes de ese municipio para detectar posibles personas mayores que vivan solas en alguna vivienda de ese edificio o incluso analizar las bases de datos de ayudas sociales o beneficios fiscales para detectar personas con movilidad reducida.

Por ejemplo, podrían lanzar una búsqueda en las bases de datos para detectar personas de ese inmueble que hayan solicitado plaza de aparcamiento para discapacitados, incluso analizando el texto escrito de la solicitud para entender su discapacidad concreta y descartar de forma automática las no relevantes para el caso.

En el extremo, una vez identificadas las personas más vulnerables del edificio podrían lanzar una búsqueda en los repetidores de telefonía de la ciudad para ubicarles geográficamente y corroborar o descartar su necesidad especial de auxilio.

Todo eso lo haría un software de big data y analítica en tiempo real, y lo haría tan pronto se desatase una alerta en un emplazamiento. Permitiría a los bomberos saber que en el 3º B de ese edificio en llamas hay una persona mayor que vive sola o una persona en silla de ruedas o invidente. Sin duda, esas personas lo agradecerían porque puede que de ello dependiese su vida.

Pero, por el contrario, estos mecanismos de acceso podrían considerarse una intolerable intromisión en la intimidad de los ciudadanos ya que habilitarían la discrecionalidad en el acceso a los datos y su análisis cruzado, por muchos controles internos que se pusieran. Por ejemplo, un acceso incontrolado a esa información permitiría a los ‘malos’ saber que pueden robar a ese pobre vecino del 3º B porque su minusvalía le impedirá defenderse.


Terminando

¿Dónde está el límite? Esto es lo que la Comisión Europea trata de analizar con Facebook y Whatsapp antes de permitir el trasvase de información. Tal vez la respuesta venga de la mano del enfoque de Google: garantizar que sean siempre las máquinas y no las personas quienes analizan y tengan acceso a esa información. O tal vez ni tan siquiera eso, porque tarde o temprano se acabará vendiendo esa mega-base de datos a un tercero que tal vez no tenga tantos problemas éticos para su explotación.

Y lógicamente, a una empresa no se le puede presuponer la falta de ánimo de lucro que se explicaba en el ejemplo anterior de los bomberos.

Lo importante es entender que no hay dato menor en el terreno del big data. Hace más de una década que un analista de Carnegie Mellon demostró que podía identificar biunívocamente con nombre y apellidos al 87% de los ciudadanos de Estados Unidos disponiendo únicamente de su género, fecha de nacimiento y código postal, datos que habitualmente consideramos poco intrusivos. Y las consecuencias de ese cruce masivo con la información de la que ya disponen las grandes 'compañías sociales' son aún más impredecibles.

¿Crees que los bomberos deberían poder acceder a toda esa información en tiempo real para poder salvar vidas o crees que la intimidad de las personas es un bien irrenunciable? Y si no es irrenunciable ¿en cuanto valoras tu intimidad? Este es el riesgo del análisis masivo de información relativa a las personas y el dilema ético al que nos estamos enfrentando.

Grettings from Bilbao


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Cuando la tecnología habilita la deslocalización de la tienda de la esquina



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Durante años Internet nos proyectó la ilusión de que un mundo sin intermediarios era posible. Las cosas podrían venderse directamente desde el productor al consumidor final y podrían eliminarse todos aquellos puntos intermedios que no aportasen valor.

Así, nos parecía que asistíamos al comienzo del fin para el negocio de las agencias de viajes, de las inmobiliarias, de las tiendas de libros… Incluso había quien apostaba por el final de la banca de inversión en favor del crowdfunding.

Pero la realidad es casi siempre tozuda y las promesas basadas en tecnología que afectan a los hábitos sociales suelen transitar casi siempre por derroteros poco previstos. La idea de la desintermediación es cada vez más idílica porque, según parece, lo que único que está ocurriendo es que los intermediarios están cambiando.

Es verdad que el negocio de las agencias de viaje (físicas) no es lo que era pero tampoco es cierto que los clientes compren directamente en la web de los hoteles, o no al menos de forma masiva. En su defecto, tenemos servicios en la web que nos hacen todo el trabajo de mediación, léase TripAdvisor, Atrápalo, Lastminute, Kayak,… Incluso ahí está airbnb que permite mediar entre los viajeros y los propietarios particulares de apartamentos, en todos los casos a cambio de una jugosa comisión.

Algo similar ocurre con Uber que ha sabido llenar el enorme hueco que le han dejado las asociaciones de taxistas que, inocentemente, creían que seguir con un modelo bajo demanda basado en llamadas telefónicas -Radio Taxi- era suficiente.

Podemos pensar que estamos ante una enorme revolución basada en tecnología y que es la primera vez que el modelo económico y social se enfrenta a algo así, pero no es cierto. Por ejemplo, lo mismo que les ocurre a los taxistas con Uber, les sucedió a los productores de hielo con los fabricantes de frigoríficos en la primera mitad del siglo XX. Se agarraban al negocio de fabricación de hielo sin darse cuenta de que la realidad estaba cambiando bajos sus pies y que las nuevas tecnologías (los frigoríficos) permitían la auto-provisión de hielo en los hogares.

Y de la mano de estos nuevos intermediarios tecnológicos llega también la deslocalización de los servicios de proximidad, algo de lo que las grandes consultoras nos alertan desde hace tiempo.

Nos dicen que las mayores empresas de distribución de bienes de consumo son Alibaba (China) y Amazon (USA) que no tienen ni un solo producto en su stock, la mayor compañía de transportes es Uber (USA) que no tiene ni un solo vehículo, la mayor compañía de comida a domicilio es Just Eat (Dinamarca) que no tiene ni un solo fogón y la mayor compañía hotelera es airbnb (USA) que no tiene ni una sola habitación.

Es importante saber leer que las regiones y países donde se desarrollen las nuevas empresas fuertemente tecnológicas que están llamadas a intermediar –y dominar- en los mercados -los Uber, airbnb, TripAdvisor, etc- serán aquellos que podrán ofrecer trabajo de calidad. Tal vez cueste verlo en el caso del sector servicios por su condición mucho más etérea que los sectores primario y secundario, pero quien no se suba de alguna forma al tren de las plataformas tecnológicas puede terminar siendo la mano de obra barata que durante décadas supusieron los países asiáticos para Occidente.

En este contexto asusta ver que las facultades y escuelas no son capaces de llenar las aulas en las ingenierías. Algo no debemos estar haciendo bien porque la inversión en formación, tecnología e i+d nunca fue tan importante como ahora.

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