«¿Cuantos años crees que han pasado desde que este teléfono era uno de los top del mercado de móviles?»Probablemente pienses que un dispositivo de este tipo debe ser de hace mucho tiempo pero no, el E65 era uno de los modelos de gama alta a finales de 2007, hace apenas cinco años. Este teléfono fue uno de los primeros en ser considerado un smartphone.
Sin duda, está absolutamente alejado de la experiencia de uso de lo que hoy consideramos un teléfono inteligente. Ya podemos olvidarnos de aplicaciones, de pantalla táctil, de un navegador de Internet mínimamente operativo, de mensajería más allá del SMS,... Probablemente, lo único que echaríamos de menos de él son sus 105 gramos de peso.
Acelerando el ciclo
Una de las cosas más increíble del mercado de smartphones -y por ósmosis de las tabletas- es que ha conseguido reducir a la mitad el plazo normal de un ciclo tecnológico.
En el mundo de los PCs el periodo de renovación tecnológica ha estado fijado desde siempre en 4 años y, aún con todo, no faltaban quienes criticaban que ese periodo forzaba a las compañías (y familias) a un enorme esfuerzo al tener que cambiar de PC aproximadamente en ese periodo de tiempo.
Ahora este periodo se ha reducido a la mitad o incluso menos pero sorprendentemente a nadie parece preocuparle. Los usuarios renuevan sus smartphones cada dos años o menos pese a que su coste no es muy diferente de lo que se paga por un PC. Con las tabletas ocurre algo similar aunque todavía no hay datos que sustenten esta idea ya que el grueso de ventas de estos dispositivos se ha producido en los dos o tres últimos años.
De fondo hay algo que no debemos perder de vista: asumiendo el axioma del 1-2-10, el smartphone es casi una extensión del cuerpo, algo muy cercano a nosotros. Sin embargo, un PC se percibe como algo más cercano a un electrodoméstico. Por eso, parece que no preocupa tanto invertir dinero en algo que es parte de nosotros frente a invertir en algo cercano a un frigorífico en la mente de los consumidores. La tableta parece estar a mitad de camino.
Reducir el plazo de renovación tecnológica a dos años tiene varias consecuencias que merece la pena analizar.
La primera, que me preocupa más bien poco, es que compañías como Apple o Samsung mantienen su descomunal capitalización bursátil en base a que ese plazo se consolide y consigan vender ingentes cantidades de dispositivos cada dos años. Si en algún momento este plazo vuelve al más tradicional de cuatro años sus ventas se resistirían de forma muy notable y con ello se valor bursátil (no su valor real) como compañías tecnológicas.
La segunda ya me preocupa un poco más. El coste en hardware se dispara si el periodo de depreciación de los activos se reduce a dos años ya que implica renovar el hardware en la mitad de tiempo de lo que se venía haciendo hasta ahora. Es decir, en el mismo plazo se duplica el coste de adquisición de dispositivos de usuario. Tal vez el BYOD pueda echar una mano a las empresas pero ese coste repercutirá en el ámbito doméstico.
La tercera es con diferencia la que más me preocupa. Si el periodo de renovación de los dispositivos de usuario se mantiene al ritmo de una oleada tecnológica anual o bienal, esto querría decir que la innovación en canales será muy superior a la actual. Y esto obliga a repensar muchísimo los proyectos de aplicaciones de gran tamaño si estos tienen una componente muy fuerte de interacción con los usuarios. Tal vez una estrategia de proyectos pequeños y más frecuentes sea más acertada.
La razón que me lleva a pensar de este modo es imaginar la situación de grandes proyectos de CRM lanzados hace apenas tres años. Probablemente, muchos de ellos no tengan en cuenta la interacción con los usuarios mediante Twitter, Facebook o incluso WhatsApp.
El tiempo dirá si la estrategia de ciclo tecnológico acelerado se consolida o es temporal. Apuesto por lo primero.
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